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Según la mitología, la rosa es una flor de los dioses, nacida de una gota de la sangre de Venus, diosa del amor y de la hermosura.
Su delicada fragancia seduce, al igual que ocurre con sus efectos. Entre sus principales propiedades destaca su poder hidratante, emoliente, regenerador, suavizante, astringente, refrescante y armonizador de la mente.
Su aroma salvaje es el más complejo, rico y delicado que existe, con más de cuatrocientos componentes volátiles.
Por ello, la famosa reina egipcia Cleopatra tomaba baños de leche y miel con pétalos de rosas para cuidar su reconocida belleza y suave piel.
Sus propiedades se obtienen a través de su olor y sus componentes, ya sea en aceite esencial, pétalos o agua de rosas. Tenemos que tener clara la diferencia entre el agua de rosas y el aceite esencial. El primero consiste en el derivado aromático procedente de la destilación de los pétalos.
Es decir, el producto final resultante es el agua aromatizada después de pasar por los pétalos, dentro del alambique, por medio del calor aplicado y que se ha mezclado con el poco aceite esencial que se obtiene.
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